El elefante avanzó lentamente a través de la jungla, sus grandes orejas саídas se balanceaban a cada paso. Había vivido en estos bosques desde que tenía uso de razón y se conocía de memoria cada árbol y cada camino.
A medida que el sol se hundía en el cielo, su luz dorada cubría las copas de los árboles. El elefante se detuvo, cautivado por los colores vibrantes que surgieron a medida que el día se desvanecía en el anochecer. Rojos, naranjas y rosas florecieron en el horizonte, mientras el cielo se transformaba en un lienzo romántico.
Una profunda sensación de paz se instaló en el bosque a medida que se acercaba el anochecer. El elefante sintió una conexión con algo más grande que él mismo, un recordatorio de la belleza y las maravillas del mundo. Sus ojos viejos y sabios reflejaban el atardecer que se desvanecía, como si se aferrara al recuerdo de los colores que pronto desaparecerían.
Aunque la luz radiante se iría, su huella en su alma permanecería. El elefante continuó su viaje bajo las primeras estrellas, el atardecer que se desvanecía eга su compañero silencioso y contemplativo, su resplandor radiante una bendición que nunca se cansaba de recibir. La noche envolvió lentamente la jungla, pero en su mente, la visión del atardecer aún brillaba, una llama que nunca podría extinguirse del todo.
A medida que la noche avanzaba, el elefante pensó en el viaje del sol y en cómo volvería a salir, como había hecho cada amanecer desde el principio del mundo. Pero por ahora, sólo quedaba la tranquilidad de la tarde y el eco persistente del canto del atardecer.