Con el paso de los días, la transformación de Hércules fue nada menos que milagrosa. Con cada momento que pasaba, se hacía más fuerte, sus miembros antes débiles ahora se llenaban de una nueva vitalidad.
La dedicación inquebrantable y el amor ilimitado de Pia le brindaron el cuidado que tanto necesitaba y lo guiaron por el camino hacia la recuperación.
Bajo el tierno cuidado de Pia, Hércules prosperó. Sus ojos, antes hundidos, ahora brillaban con vida, y su cuerpo demacrado se iba llenando gradualmente de músculos y carne sanos. Atrás quedaron los días en que languidecían en las frías calles, olvidados y solos. En su lugar había un alma vibrante y resiliente, ansiosa por abrazar al mundo con nueva esperanza y alegría.
Y cuando los vientos fríos del invierno dieron paso al calor de la primavera, Hércules se convirtió en una imagen de salud y felicidad, un testimonio viviente del poder del amor y la compasión. Aunque su viaje estuvo plagado de dificultades y dolor, salió victorioso, su espíritu intacto y su corazón lleno de gratitud por el ángel que lo había salvado de la desesperación.